Capítulo anterior: El Ascenso del Lobo, capitulo 1
El Ascenso del Lobo: Capítulo 2 - El Legado del Lobo
El sol apenas comenzaba a asomarse sobre Nápoles, proyectando un suave resplandor anaranjado que bañaba las estrechas calles de Forcella. Marco había estado despierto desde mucho antes de que el día rompiera. Dormir había sido complicado las últimas semanas, pero hoy la preocupación no era lo que lo mantenía despierto. Era el cumpleaños de Luca. Diecinueve años. Recordaba claramente el día en que su primo llegó a este mundo, frágil y lleno de esperanza. Aun con la alegría de ese recuerdo, una sombra pesada se cernía sobre él.
Marco estaba en su despacho, sentado detrás del escritorio que una vez había pertenecido a su padre. Era un lugar de poder y responsabilidad, pero en ese momento se sentía más como una prisión que como un refugio. Sabía que la conversación que tendría con Luca ese día cambiaría las cosas para siempre.
El reloj en la pared marcó las nueve de la mañana, justo cuando escuchó los pasos de Luca acercarse. El ritmo pausado y firme de su primo no pasó desapercibido para Marco. “Está nervioso”, pensó, sabiendo ya lo que iba a suceder, pero aferrándose a la esperanza de que tal vez, solo tal vez, Luca cambiara de opinión en el último momento.
Cuando la puerta del despacho se abrió, Marco levantó la mirada para ver a su primo, quien ya no era el niño que había criado tras la muerte de su padre. Luca había crecido, no solo físicamente, sino emocionalmente. Se había convertido en un joven decidido, alguien que siempre había cuestionado su lugar en el mundo que los rodeaba.
“Feliz cumpleaños, Luca,” dijo Marco con una sonrisa que intentaba ocultar su inquietud. “Hoy es un gran día, y espero que encuentres algo de alegría en medio de todo.”
Luca asintió, agradecido pero serio. Tomó asiento frente a Marco, y aunque había una mezcla de nervios y determinación en sus ojos, Marco pudo ver el dolor oculto bajo la superficie. Los dos sabían que la conversación que estaban a punto de tener no sería fácil, pero era inevitable.
“Marco…” comenzó Luca, con la voz firme pero con una pizca de vacilación. “Hay algo que necesito decirte, algo que he estado pensando durante mucho tiempo.”
Marco inclinó la cabeza ligeramente, sabiendo lo que venía. Aun así, dejó que Luca continuara. Necesitaba escuchar las palabras salir de su boca, como si eso de alguna manera hiciera el asunto más real.
“Quiero irme,” dijo Luca finalmente, con los ojos fijos en los de Marco. “Quiero mudarme a Kioto, Japón.”
El silencio que siguió fue denso, cargado de emociones no expresadas. Marco, siempre el maestro de las apariencias, no permitió que su rostro reflejara el torbellino de sentimientos que lo invadía. Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano. Luca siempre había tenido una inquietud en su interior, una necesidad de escapar del destino que parecía estar escrito para él desde que nació.
“¿Japón?” preguntó Marco, más por el acto de confirmar que por sorpresa genuina. “Es un lugar lejano, Luca.”
Luca asintió. “Lo sé. Pero necesito irme, Marco. No puedo seguir aquí. Necesito empezar de nuevo, alejarme de todo esto. Quiero una vida diferente. No quiero ser parte del legado Morreti.”
Esas últimas palabras fueron las que más dolieron, aunque Marco nunca lo admitiría. El “legado Morreti” era lo que había mantenido viva a su familia durante generaciones. Era lo que había hecho que hombres como su padre y Enzo, el padre de Luca, fueran respetados y temidos en las calles de Nápoles. Pero también era una cadena que ataba a todos los que llevaban el apellido, un destino del que nadie podía escapar fácilmente.
“Entiendo,” dijo Marco finalmente, rompiendo el silencio. “Siempre supe que eras diferente, Luca. Y eso está bien. Si esto es lo que necesitas, tienes mi apoyo. No voy a retenerte aquí contra tu voluntad.”
El alivio que vio en los ojos de Luca era palpable, pero también lo era el dolor. Luca no quería lastimar a Marco, y Marco lo sabía. Los dos estaban atrapados entre lo que querían y lo que debían hacer.
“Gracias, Marco,” dijo Luca, con la voz temblorosa. “Sé que esto no es fácil para ti.”
Marco se levantó de su asiento y caminó hacia su primo. Sin decir una palabra más, lo abrazó. No fue un abrazo ligero, sino uno cargado de años de amor, protección y sacrificio. “Siempre serás mi hermano, Luca,” dijo con voz ronca, las emociones filtrándose a través de su habitual fachada de acero. “Quiero que encuentres tu propio camino. Solo recuerda, no importa dónde estés, siempre tendrás un lugar en esta familia.”
Cuando se separaron, Luca intentó sonreír, aunque sus ojos traicionaban el dolor que sentía. “No te defraudaré,” dijo. “Te lo prometo.”
El día pasó más rápido de lo que Marco había anticipado. Después de la conversación, Luca pasó las horas empacando sus cosas, diciendo adiós a los pocos amigos y familiares cercanos que le quedaban. Marco, por su parte, se sumió en el trabajo, aunque cada documento que firmaba, cada llamada que atendía, lo alejaba de la realidad.
Finalmente, llegó la hora de la partida. El sol comenzaba a ponerse, proyectando sombras largas sobre la ciudad. Marco, de pie en la entrada de la casa familiar, observó a Luca abordar el helicóptero que lo llevaría al aeropuerto. El sonido de las hélices llenó el aire, y con él vino la inevitable sensación de pérdida. Marco mantuvo su postura firme, sin dejar que su dolor se viera reflejado en su rostro. Pero por dentro, sentía que algo se desgarraba.
Cuando el helicóptero despegó, Marco lo siguió con la mirada hasta que se convirtió en un pequeño punto en el horizonte. Entonces, y solo entonces, permitió que su fachada se rompiera por un breve instante. Respiró hondo y cerró los ojos, permitiéndose sentir la soledad que la partida de Luca dejaba tras de sí.
Regresó a la casa, el eco de sus pasos resonando en los pasillos vacíos. Todo parecía más silencioso, más frío. El despacho, que una vez había sido el centro de su vida, ahora parecía vacío, desprovisto de la vitalidad que Luca solía traer consigo.
Esa noche, Marco se sentó frente a la ventana de su despacho, con una copa de whisky en la mano. Miraba las luces de Nápoles brillar en la distancia, pero su mente estaba en Kioto, en el futuro incierto de su primo. Luca había dejado atrás la sombra de su legado, buscando algo más. Y aunque Marco no lo admitiría en voz alta, una parte de él envidiaba esa libertad.
“Siempre serás parte de esta familia, Luca,” susurró al aire. “Pero espero que encuentres algo que yo nunca pude.”
Y con eso, bebió de su copa, aceptando que su vida, y la de Luca, nunca volverían a ser las mismas.